viernes, 21 de enero de 2011

pErSoNaL

Me bajo de la mesa y pongo todos los cuadernos y agendas encima, meto los pies en mis zapatillas de andar por casa, bostezó y me siento.
Me pongo a leer los pensamientos de 5 años atrás.
Pensamientos, ideas, notas, la descripción de los días y la insípida espina del malestar adolescente.
Pasando páginas a toda hostia y leyendo por encima.
Me doy cuenta de que ese no he podido ser yo, ese ha debido de ser cualquier otra persona, incluso yo, cualquier típico idiota ensimismado, posiblemente yo, y que aproximadamente las tres cuartas partes de la mierda que hay transcrita en mi argot y para mí es pura y auténticamente una asquerosa y absoluta basura egocentrista.

Se me han quitado las ganas de leer en otros 5 años.

domingo, 16 de enero de 2011

eL hOmBrE qUe tOcA lA tRoMpEtA

Era por ahí, un poco bajo el horizonte, por donde empezaba a vislumbrarse la sombra de su cabeza negra, justo en la línea que cubre el monte con su espectro y el mismo horizonte acurrucado, a trote lento iba dibujando su figura frente a aquel cielo de fuego y aurora. Hacía un calor importante y los reflejos del aire aumentaban por momentos aturdiendo la tierra que tocaba con su voz.
Al punto de llegar a lo más alto del monte, donde su silueta parecía ser el mensaje de un futuro incierto, el hombre plantó un vistazo en el relieve, se secó el sudor con la manga y permaneció allí unos minutos hasta hacer llana su respiración –Ufff- resoplido -ha valido la pena llegar hasta aquí- doble resoplido –qué bonito joder. Cuando hubo descansado y observado a su alrededor buscó una gran piedra donde sentarse -Un, dos, un, dos, un, dos-.
Llevaba un pantalón de pana de un marrón claro, quizás demasiado grueso para tratar con el fin de primavera, una camisa blanca con bolsillo, una trompeta plateada y unas botas de becerro que su vecino y amigo Clansy le había curtido por haberle ayudado a reconstruir el gran boquete que dejó un pino americano en su tejado –Estas son las botas de Dios querido amigo- dijo - jajaja, las botas del jodido Señor- En el bar bromeaban diciendo que Clancy no necesitaba de cosechadoras en sus tierras pues él mismo arrancaba una a una las espigas de trigo para llevárselas a la boca, siempre aparecía masticando una. Su cara parecía estar hablándole de frente en aquella colina por aquel entonces, con su sombrero de campesino, su peto que se sujetaba a la mitad y su paja en la boca, la paja que a fuerza de costumbre le había arrugado y deformado media cara día si día también durante más de sesenta años.
El joven Jimmi le había dicho a Clancy muchas veces que cruzando las montañas y los claros hacia el sur se hayaban los inhóspitos parajes que aparecían en sus sueños. Durante los últimos años estos le habían despertado cada noche envuelto por un extraño velo de miedo mezclado con satisfacción en su lecho sudado. Bueno.
Cuando Jim llegó allí, la impresión de lo que vió fue mejor incluso que la percepción que había tenido en el más curioso de sus sueños, enfatizado por el naranja que proyectaba más allá el sol chocando contra la colina. Allí sentado pensó que no estaba nada mal, que incluso estaba de puta madre. Sin embargo no era nada especial.
-Un, dos, un, dos, un, dos- Jim alzó la trompeta que había llevado siempre en su mano y empezó a improvisar, las notas salían del agujero de metal como pájaros de colores, el viento soplaba en la misma dirección e incluso las nubes parecían seguir su música. Así estuvo varias horas antes de que todo se quedara a obscuras. Permaneció un rato en silencio en esa obscuridad, sin pensar, con los sentidos mostrándose en toda su sensibilidad para captar cualquier cambio a su alrededor. Sin saber cuánto tiempo había pasado, sin siquiera pensarlo, sin distinguir absolutamente nada de nada en esa noche, aquel negro manto empezó a clarear haciendo nacer millones de formas sobre el suelo y brillando con los colores de la naturaleza, colinas de roca roja fondeados por verdes praderas de robles que acababan en unas infinitas montañas verdes por abajo y blancas por arriba.
-Un, dos, un, dos, un, dos- Jim alzó la trompeta que había mantenido toda la noche en su mano y empezó a tocar una alegre melodía que hizo temblar cada una de las yerbas de aquellos prados y montes yermos y de sus robles e hizo que toda aquella variedad de colores visibles empezaran a mezclarse con el blanco de las infinitas montañas a lo lejos, y del infinito cielo azúl cielo aún más lejos. Poco a poco, el sol empezó a desfilar tan rápido que le pareció ser un momento, y se quedo en el fuego brillante que chocaba contra la colina como el día anterior.
Jim se paró y pensó en muchos momentos que había vivido en el pueblo y que le hacían sentir bien, anécdotas pasadas con viejos amigos y el melancólico bienestar por no saber que les deparará el futuro y que tal les irá.
-Por ti, Clancy, un, dos, un, dos, un, dos- Jim alzó la trompeta, su fiel esposa, y a medida que las nubes se arrejuntaban y se cargaban de enérgico gris, en la gris obscuridad de la nueva noche, sonaban como atronadoras tormentas de ritmo sus notas ondeando en invisibles líneas paralelas hacia arriba, hasta llegar a las ya negras nubes para atravesarlas y hacerlas llorar y querer estar en la tierra. Así pasó la noche. Cuando apareció la luz se evaporó cualquier pista de lo que pudo haber ocurrido horas antes para hacer crecer de nuevo las millones de formas del paisaje y poder mezclar así su cuantiosa gama de colores, siempre a la vista de un sol resplandeciente y una pálida brisa de aire. Jim se quitó entonces la camisa y limpió con delicadeza su trompeta. Allí de pie, observando todo lo que estaba a su alcance, pensó que no estaba nada mal, que incluso estaba de puta madre, aunque no era nada especial. Por eso volvió a alzar su trompeta y siguió haciéndolo muy a menudo.
-Un, dos, un, dos, un, dos…