martes, 27 de abril de 2010

qUeReR... cHoRrAdAs

-Te quiero, te quiero tanto. Sabes que ayer me di cuenta lavándote la ropa, tengo una razón de ser y una misión querido, no puedo vivir sin ti -ella estaba bajo el marco de la puerta- sabes que si no quisieras estar conmigo, ahora, ahora mismo me metía la cabeza en el horno.
-A ver cuanto aguantabas.
-Te amo, te amo porque le das todo el sentido a mi vida, le das tanto sentido que...verás, no aguanto ni un segundo el estar separada de ti. Cuando vas a trabajar yo que hago, pues me ahogo, me tiro en el sofá y retuerzo los cojines con todas mis fuerzas pensando en ti. Es una penitencia, cuando no estás me siento tan sola.
-Así que eso fue lo que paso con los cojines...
-Me estoy volviendo majara Mike, ¡Mike! cojones ¡mírame!, por lo que más quieras, ¿es que no puedes comprenderme ni un poco?, inténtalo Mike. Me siento tan vacía cuando tu te marchas a trabajar que...
-Véteme a por el cenicero anda, ¿quieres?.
-Por favor no vayas hoy. Soy una incomprendida.
-Si yo te comprendo -alcanzó el cenicero que ella le pasaba.
-No, no lo haces. Yo te quiero, te quiero tanto, y demasiado -se agarraba al marco mientras le miraba. Lo tocaba como si fuese de terciopelo. Subía y bajaba recorriéndolo con los brazos y flexionando suavemente sus rodillas juntas.
-Deja de hacer el tonto y cierra la puerta, tengo la sensación de que va a entrar alguien y va a verme en pelotas. Por cierto, esta noche llegarán unos amigos de fuera asique prepárame el maletín y mete unas cuantas cervezas, todas las que quepan, el resto ya sabes. Seguramente esté fuera un par de días -expulsó el humo rascándose la nuez, con mucho estilo por lo visto- Mejor prepárame una mochila aparte y métemelas ahí, todas las que quepan, pero no la revientes.
-¿Pero y tu trabajo?.
-Joder, ¿no acabas de decir que no quieres que vaya a trabajar? -su tono aumentó lo menos dos cuartos pero lo decía sólo por irritarla un poco- Pues ya ves.
-Lo que no quiero es que me dejes. Por favor ¿por qué no invitas a tus amigos a casa?, lo pasaremos bien, haré cena, por favor, te quiero tanto...-apoyaba la cara contra el marco y parte de su mirada fija no la veía.
-¿Para qué?¿para que te vean a ti?, seguro que les incomodarías con tanta educación y pulcritud, les provocarías el vómito en los entremeses. Además, es otro trabajo.
-Pero Mike, si yo te quiero, por qué...
-¡Joder!, vete a tomar por culo como sigas diciéndome chorradas. ¡Tu haz lo que te digo y cállate!, no pasa nada.
Ella se echó a llorar sin hacer suido. Le entró el hipo.
El se levantó del wáter y vertió el contenido del cenicero en el agua de su agua, tiró de la cadena y se acercó a ella.
-Yo también te quiero -dijo.
-¿De veras? -se le antojó cuando le miraba que al tirar de la cadena había accionado otra cisterna, no la que provocaba que se esfumase la mierda que salía de su culo, sino la que salía de su boca.
-Prepárame eso.

Pasaron dos días. Ella ya había destrozado los cojines, las almohadas y el juego de mesa de porcelana, aquel que le regalaron por su boda y que tenía una pieza menos porque su marido se la lanzó un día y se rompió.
Pasaron dos días más y se tomó todo el botiquín de encima de la nevera, desde el Amoxiplus de 5 miligramos hasta el Zitromax de 1000. "Qué exageración" habría dicho él.
Tres semanas después despertó en una habitación de hospital. Sola y débil. La boca le sabía a hígado. Tenía un cable transparente incrustado en la nariz y otro clavado en la muñeca. Unas ojeras como cráteres.
-Ah¡, por fin despierta. ¿Cómo se encuentra?.
El médico pasaba a hacer el reconocimiento diario. Para dar parte si se producía algún cambio en sus constantes, nada serio.
Le empezó a hablar de hipertensión, apoplejías, infartos, déficit vitamínico, dietas, nutrición, sístoles y diástoles, batas blancas de la talla media, inyecciones, urinarios, lavados de estómago, coágulos negruzcos, palanganas, enfermeras y fregonas. Su paciente no se enteró de mucho, estaba atontada.
-¿Donde está mi marido? -preguntó con voz ronca. Luego intentó levantar el brazo para tocar al médico. A ver si no iba a ser este un muñeco...
-Su marido...
El médico tardó más de media hora en explicar aquel suceso en el que unos borrachos habían estrellado su avioneta en el mar a pocas millas al oeste de Francia y en el que se habían encontrado unos paquetes de tal y cual.
De la información que le dio el médico, a ella sólo le importó una cosa.
Reclinó la cabeza hacia un lado para que sus cuencas se desbordasen y pensó: "te quiero".
"No me digas chorradas", habría dicho él.

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