sábado, 24 de abril de 2010

rElAtO nOcTuRnO dEl ViEjO qUe LeViTa

Una de la noche, casi dos del nuevo día. Tumbado con el móvil en la panza, las piernas cruzadas y la boca seca, el ordenador abierto, la lluvia con recato pero sin cesar y el aliento agrietando los labios.
Mientras chupa el boli: hay palabras que ya no quieren decir lo que solían, por ejemplo, ahora que soy viejo deambular no es que se antoje al caminante como vagar sin destino ni motivo, y abstraído, ahora que soy viejo deambulo a medio metro del suelo, todos los días sin falta, unos más que otros.

Me muevo sin caminar, desde la perspectiva de un fantasma, sin verme. Camino pero no por caminar, perdón, que no camino, voy volando, más bien levitando, sólo medio metro.
Para aclarar un poco, me dirijo a las afueras pero antes deambulo en perspectiva y observo todos los rincones de las calles: rincón obscuro, rincón sin alicatar, rincón abierto...
Tanto deambulo en mi camino a las afueras que muchas veces me entran ganas de mear y declino mi misión por ese día. Entonces, como con un chasquido de dedos, vuelvo a mi casa y me sonrío y antes de volver al punto exacto donde me encontraba (si es que me apetece), me miro en el espejo con un ojo más abierto que el otro y empujo una ceja hacia arriba y la mandíbula con el labio superior hacia abajo, muestro mis dientes, y de esta forma me disipo y reafirmo mi hombría y mi encanto, que aún conservo, aunque soy viejo, y me doy confianza para salir otra vez, saludando a mi inquilino si está en casa (a veces me acompaña la presencia de un pequeño hombrecito de unos doce años, que recorre los pasillos y las habitaciones de la casa, recordándome cosas, deambulando y comiendo maíz con miel).
A veces, sé que es estúpido, pero creo que ese chiquillo fui yo y me infunde respeto. Me turbo y ¡chas!, aparezco exactamente en la acera del barrio tal mirando una esquina de la que brota un charco, un mini riachuelo diría mejor o un pequeño arroyo, como quiera.
El caso es que al parecer nunca termino de dar vueltas, ora aquí en un parque, en la calle principal o en el garaje de cualquier edificio, ora allá metido en el mar pero sin mojarme, sobre un dique de cubitos de hormigón o frente al niño de mi casa (porque debe ser mía, pues tengo yo la llave, mas no preciso usarla nunca), y aunque sepa que me espera un destino a las afuera, aunque sé que de ahí en adelante todo será nuevo y probablemente mejor, no llego a controlarme (parece ser) del todo, levitando. Si que ocurre que cuando me invade una necesidad humana me transporto al instante a donde quiero pero, claro que bien sabido es que aparezco en sitios que ya he visto y que conozco.

El otro día me colé en el estudio de una señora a la que seguía por la calle, pues llamaba mi atención de forma atractiva y pude verla en su intimidad en el momento en que se cambiaba la ropa por un mono blanco para hacer manualidades artísticas. No soy ningún pervertido sólo buscaba distracción. Sí que es cierto que de vez en cuando me acerco a ver a la señora, o la vigilo a través de su única ventana, en un octavo piso, no me avergüenza pensarlo porque es así, me atrae esa señora sobremanera, pero vayamos al caso, dejemos de lado mis pasiones y mi poca agraciada virtud en utilizar un don para callarlas.

Mi destino está lejos, es probable, seguramente no esté simplemente fuera de esta ciudad y puede suceder que tenga que cruzar otras ciudades antes, pero he de llegar a esas "afueras" porque mi corazón late muy rápido y yo parado me siento temblar incluso, cuando mi destino se me pasa por la cabeza. Dando vueltas mientras tanto, una y otra vez, de nuevo vigilo los pasos cuando esta señora va a por cerillas a la tienda de enfrente (para pensar en otra cosa, nada más), la miro meterse en su portal (creo que ella me mira también), y me apetece quitarme los zapatos, porque a pesar de que no camino, en ese instante en que desaparece de mi vista, empiezan a dolerme los pies. Entonces me reprocho a mí mismo ¿qué estoy haciendo? ¿cuál es mi propósito?. Céntrate viejo
De esta situación que se repite a mi pesar en contadas ocasiones, viene me a suscitarse una necesidad por reflexionar sobre mi objetivo: que he de llegar a las afueras , de eso estoy seguro pero, ahora en mi interior fluye sin control una necesidad de calor humano, concreto, calor femenino que es tan evidente como que se escapa a mi disciplina. Ahora que lo pienso me sorprendo en un cruce entre dos necesidades: una mental que me pide la cordura que voy perdiendo cada día, que me augura el descanso perpetuo y la dedicación por completo a mis intereses celestiales (por llamarlos de alguna manera), y otra, principalmente física e irracional que entrometiéndose en mi quehacer cotidiano sin clara razón de ser me provoca un vacío aquí, aquí mismo, que doblega mi voluntad y me hace sentir un loco, y que por ende me hace dudar de todo lo visto y sentido hasta ahora.

En menudo lío me he metido, pero yo, que soy viejo, ya lo soy si, he tenido oportunidad de comparar resultados entre decisiones de cabeza y de corazón y, sinceramente, creo que la cabeza pesa más que el corazón porque en ella se producen movimientos de gran variedad que provocan sensaciones a partir, muchas veces, de nuevos efectos. El corazón en cambio, se agita embrutecido cuando sufre de un antojo y es difícil pararlo en intenciones. Esta experiencia mía me dice entonces que renueve mi afán por salir de aquí y de encontrarme con mi destino y con lo que no conozco. Por el momento puedo dejar aparte mi altercado vital en el terreno de las relaciones. Pienso que siempre tengo tiempo, corrijo, tendré. Así que sigo deambulando.

Sólo una cosa ha cambiado últimamente: sigo vagando, sí, y sigo también con un rumbo fijo aunque no visible, pero en mi tránsito diario, mientras deambulo, no me fijo tanto como antes, no. Observo todo lo que acontece a medida que paseo, veo el movimiento de las gentes y las oigo hablar, también a los árboles estremecerse y esas cosas. Esto como antes, igual que de costumbre, mas en algunas ocasiones me quedo fruncido observando y escuchando con la mente en blanco, esto hace que mi constante movimiento se detenga y que sienta perturbación dentro mío. Miro en todas direcciones y me pregunto si no estaré de alguna forma, maldito. Detengo un curso que venía a ser la razón de mi existencia durante tanto tiempo: me imagino un campo verde a las afueras (pero antes de seguir me siento), a un lado se alza una montaña, sin árboles, toda verde y con una gran roca blanca que corona su cúspide y de seguro da sombra a algunos bichos. Al otro lado hay un lago que no es un lago, si no que es un río que llega y no avanza más, ha sido desbordado por descontrol y ahora es una gran piscina natural. Alrededor del lago hay arena fina y luego hierba y también se levantan frondosos árboles bien separados entre sí. Todo sería precioso si no fuese porque hay un defecto que lo afea. En medio de ambos paisajes hay una choza de mala muerte hecha con árboles húmedos y chirriantes con una ventana blanca del polvo. A través de ella se ve agitarse una sábana blanca o un vestido gigante porque el cristal está roto. Aunque me siento más inclinado a darme un baño desnudo en el lago o a tumbarme, desnudo, en lo alto de la montaña para contemplar el sol, cierto influjo ineludible y familiar me tienta a acercarme a la choza, siento algún tipo de morbo en aquella caseta que parece a punto de derrumbarse y en lo que pueda esconder. Yo, aunque soy viejo, conservo la curiosidad de antaño y mi madurez me permite presentir peligros y callar temores a la vez sin siquiera parpadear, así que no me preocupo ni me dejo achantar por mi imaginación. Cuando me acerco lentamente a la cabaña un trozo de cristal de la ventana se desprende y se rompe en cachitos, por supuesto que este hecho me altera unos segundos, pero nada más. Alcanzo el pomo de la puerta, no me sorprende que esté abierta porque esta parece una zona muy tranquila, y la abro sin más. Allí está ella, en el umbral, de blanco, apenas nos separan al uno del otro los centímetros del marco de la puerta. Parece como si llevase esperando una eternidad a que yo abriera. Tiene las pupilas grisáceas y el pelo enredado y sucio, fosco, además su piel tiene poco color y sus mejillas brillan azuladas, como si estuviese congelada. Levanto la mano para acariciar su cara y tocarla pero expulsa un agudo y silencioso chillido, se vuelve y corre por el pasillo para encerrarse en una habitación de la casa (el servicio supongo). Empiezo a sentirme mal, cansado, no físicamente, solo que estoy como fuera de lugar, me alejo y camino por el prado como si nada hubiese ocurrido, y siento que comienzo a levitar (si, antes caminaba) pues en mi mente caminaba y ahora no y aunque floto intento moverme más y más rápido empezando a mover las piernas con fuerza, mas sólo pataleo. El desplazamiento es igual de lento. Entonces me doy cuenta de que mi imaginación ha ido demasiado lejos, sin mi permiso.

Creía un asunto zanjado en mi interior y ahora ocurre todo lo contrario, ni yo mismo sé lo que quiero, ni lo que pienso, y eso que hasta hace poco me jactaba de haberme conseguido dominar, de mantener firme mi conciencia. Ingenuo de mí. No es así. Estoy perdido. Me dirijo a casa. Cuando llego el niño está en la cocina comiendo maíz con miel sin plato ni vaso ni nada, cayendo maíz al suelo y sin preocuparse en no pisarlo, tiene manchas de miel en la camiseta y parece que tampoco le importa, y no me extraña en absoluto. Le acaricio el pelo y, sinceramente, haciéndome mostrar mi pesadumbre ante él mediante todo lujo de suspiros y mechachis, le cuento la historia, “la visión”. El chico me mira con sus ojos de niño y en ellos refleja la imagen de un viejo hombre, encorvado y macilento. Me mira con cierta lástima y de vez en cuando se ríe dulcemente, me ha dicho que: <<“todo cambia”, que si hoy rezas por el día, mañana lo harás por la noche y que más me vale no desear nada en este mundo pues, sí, existen sensaciones ilusorias acerca de destinos y deseos, que nos hacen presentirlos cerca (cuando no es así), pero en lo que te diriges a ellos se vuelven borrosos, se difuminan como una línea de tiza cuando pasas un dedo y te pierdes por mil caminos antes de alcanzarlos. Cuando te das cuenta te encuentras persiguiendo sombras mientras levitas deambulando a ninguna parte y todas las creencias que fuiste adquiriendo o los conocimientos que aprendiste se vuelven erróneos. Así, cuando creías que esta palabra significaba bien, lo cierto es que quería decir mal>>. El chico se marcha y se encierra en su habitación. Creo que dice la verdad el chico, mi compañero en la casa, dice la verdad, y con qué razón, pues aunque soy viejo, sé reconocer las cosas bien dichas, y me sorprende proviniendo de una cabeza tan joven, mas lo admito.

Ahora salgo de casa y bajo uno a uno los escalones que me conducen hasta la calle. Mi objetivo es irme a las afueras, o quizás casarme con aquella señora, no lo sé. Seguramente una u otra tengan tanto de correcta elección como de precipitada. La cuestión es que he pasado mucho rato en la convicción de que seguía una dirección correcta, y lo que más he hecho ha sido dudar. Me parece cómico y triste. Por el momento hoy ya no quiero deambular, me quedaré quieto. Creo que me voy a desplomar, no sé por qué, aquí mismo, en la acera junto al asfalto, no sé por qué, pero ya soy muy muy viejo.

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