lunes, 31 de mayo de 2010

gLiSsAnDo

I. TONY

-Me voy a tirar –dijo Tony.
Nos reíamos sin control, él apoyado en el borde del Maremagnum estirando la pata como intentado tocar el agua.
-Pues yo no te saco –dije y empecé a buscarme en los bolsillos.
-¡Que me tiro!
Tony estaba eufórico después de bajar la rambla corriendo y cubiertos de papel higiénico los dos. Las rameras, los moros, los chulos de discoteca. Se quedaron flipando.
-Hazte un peta men –dije.
Tony se incorporó y me lanzó la piedra.
-No tengo tabaco –dije a Tony.
Entonces proseguí mi jácara risueña. Imaginé de nuevo a Tony cogiendo antes aquella paloma como hipnotizada y llena de virus psicológicos. Eso fue antes de ver el árbol sobre el respiradero. Una auténtica obra de arte. Se conoce que algún genio había lanzado rollos de papel de culo por las ramas y aquello parecía una tela de araña de váter. Se movía de forma que ningún chico impresionable bajo varios efectos psicotrópicos podía haberse resistido a mirarlo durante un buen rato. Estaba un extremo del rollo en la acera, lo agarré y entonces sentí como magia. Me metí bajo él y empecé a saltar botando y a lanzar chuts imaginarios de cabeza. Tony estaba por los suelos, no podía ni aguantar su cerveza en vertical y se la estaba derramando por el hombro. “Entra tio, esto es…” dije. Tony se levantó y se subió los pantalones, vino acercándose con andares de zombi de la compresión abdominal que estaba sufriendo y entró en el cubil arácnido. Los dos empezamos a girar chocándonos los brazos y envolviéndonos entre el papel de rollo. Unos veinte minutos después de botes y amagos de suelo teníamos toda la instalación urinaria encima, pegada por el cuerpo. Le di unas palmadas en el hombro a Tony. Nos miramos. Entonces empezó la carrera.

II. DOS SEÑORITAS

De repente Tony salió a la carrera como alma endemoniada cubierta de papel de rollo y gritando vocales. Yo le seguí. Cuando le alcancé por Canaletas habíamos visto unas 8 veces a los Mossos de Escuadra. Uno le dijo a su pareja “qué monos”, otro dijo “eh!” Pero en segundos ya estábamos lejos.

-Pues yo tampoco macho –dije- no me queda fito.
Una mirada de incomprensión con las bocas poco abiertas y suficiente para romper el elástico de la seriedad. No podíamos ni tragar aire.
-Creo que debo concentrarme para respirar por la nariz.
Tony dijo esto pero no de seguido, más bien con un tartamudeo de enfermo bronquial, casi echando la pleura y babeándose por la barbilla. Yo estaba parecido. La media hora que siguió fue bastante sencilla: constantes subidas y bajadas intercalando ejercicios estáticos de contorsión. Rápidas pasadas entre dos sonidos por los que pasaban también todos los posibles sonidos intermedios.
Al poco rato surgieron como de la nada dos esbeltas señoritas que se sentaron a cierta distancia. Nosotros quedamos en silencio mirándolas un poco, si acaso podíamos ver. Tony se acercó hasta mí y dijo:
-Mira.
Se agarró a mi pierna y soltó un leve gemido hilarante.
-Ya veo.
Posiblemente no habría mucha gente por los alrededores a esas horas y menos un día laboral. Parecía entonces como si los focos se hubiesen encendido y las cámaras estuvieran bien enfocadas y colocadas, nosotros listos y dispuestos a actuar, y el tipo que sujeta la pizarra esa, que dice escena tal y toma cual y luego acción, justo en medio del cuarteto, preparado para decir la palabra.

III. ¡ACCION!

Tony iniciaba la comedia. Se sentó bien y dijo:
-Hola, ¿sois de aquí? Acercaros un poco hombre –así de buenas. Empezó a reírse. Yo le miré y lo mismo.
Las jóvenes princesas, o promesas, o propuestas, porque apenas podíamos diferenciar en aquella noche abierta una piedra negra de una cucaracha, aunque nos manteníamos con cierta cordura y elegancia, también rieron como chicas y se dijeron algo, entonces se acercaron un poco más. A medida que se acercaban iba recuperando plenos poderes sobre mis ojos pudiendo así definir a ese exquisito dueto: la primera de ellas era pequeñita pero de buena composición, pelo negro liso y nariz discreta, sonrisa amplia de blanca sinceridad y unas manos finas con el posible encanto de un toque ingenuo. Tendría seguramente uno o dos años menos que yo y por tanto también que Tony. La segunda era una jaca alazana como en el abisinio, largos bucles castaños sobre castaños ojos directos en vaqueros ajustados. Ella sería de mi edad y por lo tanto menor que Tony. Ella fue la que se sentó a mi lado. Tony por su parte parecía estar encantado con la otra dama, reía aun de forma más desenfrenada y de vez en cuando daba palmadas al suelo. Pensé que de qué cojones hablarían.
-¿Cómo te llamas? –dije a la que encantadamente me había tocado en la rifa.
-¿De dónde sois? – me preguntó ella sin esquivar para nada mis miradas perturbadas.
-¿Y qué haces? –contraataqué tocándome un cordón de la zapatilla.
-¿Y qué te parece? –conquisto me en un segundo su sonrisa.
-Pues me encanta –dije rendido ya a las evidencias- ¿Tienes un cigarro?
Sacó su paquete del bolsillo lateral de la chaqueta y me dio a elegir. Me hice un buen chusco. Mientras tanto, mi querido Tony estaba como en asuntos internos. Me alegré por él y por el chusco a cara perro que me iba a encomendar bien a gusto hacia la casita de una joven princesa abisinia. Ni siquiera había empezado a cobrarme mi pieza y ella ya estaba encarnizada lamiéndome la oreja. Di una calada.
-Si, está de puta madre. ¿El puente este se levanta o qué?
Verdad que mi puente estaba ya izado pero la chorrada no venía a cuento. Ella había terminado ya con su chupeteo, cogió el chusco de mi mano y me echó el humo lentamente por la cara. En calmosa melodía acordes de novena y suaves toques eléctricos. La ruleta de colores dando vueltas y yo como en la india, psico-manso, en torno al sitar, sobre cojines, escuchando glissandos.
-Oye –dije-, te gusta Hendrix o que.
-¿Quién? –respondió ella.
A tomar por culo.

IV. DESPERTAR

Aquella mañana me desperté y fui a mear. No sabía exactamente dónde estaba el baño porque sólo había estado una vez en mi vida. Aquella casa era un auténtico piso-palacio. Ya en el baño, había una lata de cerveza encima de la taza, y esta abierta. Me puse a mear en la lata y a pensar en Tony, ¿qué habría sido de él? ¿Habría escuchado glissandos también? ¿Dónde cojones habría aparecido? Pensé que sería bueno volver a la cama con la doncella, pero me fui al salón, de cuyo paradero tampoco me acordaba exactamente. Cuando lo encontré, allí, sobre la mesa, estaba la materia. Me hice un chusco para relajar. Me vi aquella misma larga noche diciendo “me encanta” y estuve un buen rato riéndome sólo porque , a pesar de todo, en el fondo, me había quedado un poco defraudado.

1 comentario:

  1. te gusta hendrix?
    jajajaja..buenisimo..no podias ser mas tu...se me recuerda un poko a la noche k pasaste con boke en las ramblas...pero fue mejor aquella noche!

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