jueves, 13 de mayo de 2010

Observaciones, Jóder, y al final un gato

Para empezar pon una fecha: 5/3/1998, así ya tenemos sin más un lugar en el tiempo. Después añade un espacio físico para la pertenencia: Praga, ya tenemos las dimensiones necesarias para despotricar y narrar. Podías haber elegido cualquier cosa: 1/1/2001 Arizona o 69/325/53 Dixieland, a quién le importa. Ahora cuenta lo que quieras.

Esta tarde caminaba por la calle Matrec y me encontré con él. Estaba mirando el escaparate de una carnicería mientras el dueño cortaba tendones a un cerdo una señora. Me acerqué y sin decir nada me puse a su lado. La broma del amigo desconocido en el encuentro inesperado.
Le miraba con disimulo, él electrizado con un cacho de carne en el cerebro.
A medida que bajaban los machetazos yo me aburría más y más, él no se enteraba de mi presencia. La señora nos miró: él estaba con los ojos medio cerrados y las manos contra el cristal y yo le miraba fijamente de lado. Percibí que bajaba la mano y se la metía en el bolsillo del pantalón, la mano se movía ahí dentro, en su cara nada cambiaba. ¡¿Se estaba tocando?¡. Le puse la mano en el hombro : “Jóder, tu por aquí, qué haces” . En ese mismo instante pasó un coche, lo suficientemente rápido como para no llegar a ver quién me golpeó con algo en al espalda. De ese algo oí un sonido de algo al romperse, cristal, si. Resultó que curiosamente algún hijo puta me había lanzado una copa de vino a la espalda.
-Menudo hijo puta- me quité la camisa, había una pequeña mancha rosa.
Jóder salió de su cueva en el psique con mi reacción. Sacó su mano y me la ofreció para estrecharla. Por supuesto que la pana de un pantalón es algo gruesa pero aun así los escrúpulos te hacen dudar. Se la estreché con fuerza. Calentita la tenía, su indecorosa mano.
En ese momento el lugar se estiró y se contrajo rápidamente como el elástico de la liga de la puta de la puerta de atrás del piso de enfrente de mi casa que está medio derruido.

Cuando caminaba por la Rua de Stepa era totalmente ajeno a la cantidad de orificios y ventanales indiscretos desde los cuales alguien podría observarme si quisiera. Yo escupía muy a menudo mientras fumaba, mi asquerosa manía no era más que el vestigio traumático de una imagen con cáncer pero y que. Yo iba caminando y entré en la plaza de Kopequa, cuando estaba por el centro, acechado desde los balcones de bronce y sus algas colgantes, carraspeé, aspiré hondo, contraje los hombros y solté un maestro gargajo de elasticidad 70%.
De las matemáticas recordaba raíces, matrices, permutas y otras mierdas sumamente interesantes e inusualmente aplicables en la vida de a pie, pero los vectores siempre fueron un objeto transparente al que miraba y sólo veía pájaros.
Toda fuerza ejercida en la plaza Kopequa recibe mínimo la influencia de dos fuerzas: gravedad y viento. Yo aprobaba con cuatro y medio.
Entonces, en su deseo y haciendo una cesura al aire el gargajo se voló hacia la izquierda y me dio en el hombro. No tenía con qué limpiarlo, ¿la manga? ¿la mano? ¿arrebañar lo con una llave?. Me pareció que lo más higiénico sería acercarme el hombro a la boca, absorber el efluvio y volver a expulsarlo modificando las coordenadas. Lo que hice fue restregarme la manga al hombro y luego la manga a la pierna, aun así quedó una especie de escama brillante.”Que mierda” pensé. Cuando empecé a rasgarlo con la uña me pareció estar haciendo el tonto allí en medio. Miré a todos lados en busca de personas observando, testigos de mis vastos momentos, pero nadie había y tuve una sensación ambiental de hipocresía.
Reanudé la marcha tan campante en el esplendor del comportamiento natural y forzado, los oídos quemando y el cuello tenso. Antes de llegar al pórtico noté algo rebotar en mi cráneo, algo me cayó en la cabeza. Me habían tirado una colilla encendida, por lo menos eso parecía. Me toqué el pelo con la palma y me acerqué la mano. Olía a cerdo.
-Menudos hijos puta.
Siempre hay alguien observando.
Herido en lo que conocía como orgullo volví al centro de la plaza y me quedé cosa de diez minutos quieto, expectante, sobre todo miraba al lugar desde el que creía habían lanzado la colilla, pero miraba en general a todas partes. No se movió ni una cortina.
-¡En aquella casa vive un cerdo!-grité- ¡un cerdo maricón!- lo solté a la ligera sin dirigirme a ningún sitio concreto y sin señalar, a la comunidad, simple sentencia buscadora de alusión u ofensa.
Lo menos veinte balcones se abrieron entonces dejando ver las cabezas de sus nobles inquilinos. Alguien dijo “¿qué dice?”. Alguna mujer se asomaba a través de algún hueco entre las cortinas. ¿Habría visto alguien mi ridículo derrame?, quién lo duda…

-…lo que quiero decirte con esto- volví en mí y no me di cuenta- lo que quiero decirte es...
-Si no me has dicho nada.
-Jóder, qué dices- le dije a Jóder.
-No has dicho nada- y me soltó la mano.
-Bien, pues ten cuidado Jóder, nunca sabes quién te escruta, no seas tan pervertido o alguien te denunciará por alterar el orden público –me quedé unos segundos asintiendo tal que hace un listillo mientras que él se volvió otra vez hacia el escaparate.
La señora llevaba rato turbada por la presencia exterior. El volvió a meter la mano en el asador, yo ya no sabía en qué pensaría, si en la carne o en aquella misma señora cuarentona.
“Sin remedio” le dije, pero creo que no me escuchó.
Me largué, quería pasarme por la taberna de Josef, gran licor de hierbas. Con un trecho andado me giré y vi a Jóder y al carnicero uno frente al otro y haciendo ambos aspavientos, en fin, seguí caminando. Mientras, pensaba en cuántas señoras, sin trabajo ni aficiones, habría recorriendo sus casas mil veces como hormigas, mirando por las ventanas, buscando algún hecho llamativo que interfiriera la paz de cualquier viandante.
Luego fue cuando noté una aguja de hielo introducirse en mi pie. Unos de los cristales de la copa se había clavado en mi zapato y acababa de atravesar la suela y un tendón. Pensé en Jóder y le maldije.
A mi lado la entrada al garaje de una casa particular, en medio había un gato de pelo negro, giré la cabeza, lo vi, y nada más verlo él giró la suya y empezó a lamerse. Le dije al gato: “no disimules”.
Pensé que el gato podría estar pensando: “estos humanos”… o quizás pensó: “miau”.

1 comentario:

  1. jajajaja...buenísimo!..es tu jodido humor negro...consigues revolverme el estomago o hacerme reir..molto benne

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