viernes, 30 de abril de 2010

aTrOcIdAd Y lAsTiMa

¿Por qué se perdió la pasión?, se había sentido como un duende: mágico y verde. Ahora tiene que vender papelas ácidas a niños de segunda mano porque nadie le contesta. Lo que pasa es que fue torturado, fue un juego en el que desparasitó su conciencia vacía de sentido, de las punzadas que le metió la soledad. Pronto se vio en las vías del tren, preguntándose cuál sería el color que favorecería más a esa pasión y a ese amor en detrimento: el rojo o el negro. Ambos colores le recuerdan a la muerte. De seguro que al atravesar su obscura capa con un florín saldrá una carcajada líquida de color rojo.

Ir por la vía del tren, recorrerla haciendo equilibrios o saltando entre tablas: hacer el gilipollas. Luego llegar al túnel que está negro como el devenir. Decidirse a entrar pero no de cualquier forma. Alentar tu épica poniéndote una venda sobre los ojos: mentirte.

Poco a poco se adentra a la vez que continúa haciendo equilibrios, esta vez no es tan fácil y tantea la vía. Cuando ha llegado a la mitad del túnel y la obscuridad se ha diluido, cuando el túnel le atraviesa desde la frente hasta la nuca, mientras se arranca la lengua y oye gotear a los mendigos tropieza con un tablón y se da una buena hostia en la cabeza. La hostia le devuelve a donde cojones hubiese estado alguna vez y de la irritación del golpe tira la venda a tomar por culo. Ya está bien. La venda cae cerca de una rata o de una jeringa. Dice "por fin", y ahí está el "por fin" del fin por vivir embelesado. El tren lleva pitándole un buen rato, mientras musitaba una canción que no pudo evitar aprender porque alguien le puso un clavo en la espalda con su letra. El tren le arrastra y sin sentir nada dice "al fin". Ya es parte de las rocas, se fundió por el camino. Su cuerpo sólo despide atrocidad y lástima. Es un rompecabezas, las piezas están defectuosas y seguro que no están todas, pero conservan su dibujo: si mirasen en sus ojos verían reflejada la imagen de ella, si le hiciesen una autopsia y le abriesen en canal, dentro de su corazón encontrarían su nombre.

martes, 27 de abril de 2010

qUeReR... cHoRrAdAs

-Te quiero, te quiero tanto. Sabes que ayer me di cuenta lavándote la ropa, tengo una razón de ser y una misión querido, no puedo vivir sin ti -ella estaba bajo el marco de la puerta- sabes que si no quisieras estar conmigo, ahora, ahora mismo me metía la cabeza en el horno.
-A ver cuanto aguantabas.
-Te amo, te amo porque le das todo el sentido a mi vida, le das tanto sentido que...verás, no aguanto ni un segundo el estar separada de ti. Cuando vas a trabajar yo que hago, pues me ahogo, me tiro en el sofá y retuerzo los cojines con todas mis fuerzas pensando en ti. Es una penitencia, cuando no estás me siento tan sola.
-Así que eso fue lo que paso con los cojines...
-Me estoy volviendo majara Mike, ¡Mike! cojones ¡mírame!, por lo que más quieras, ¿es que no puedes comprenderme ni un poco?, inténtalo Mike. Me siento tan vacía cuando tu te marchas a trabajar que...
-Véteme a por el cenicero anda, ¿quieres?.
-Por favor no vayas hoy. Soy una incomprendida.
-Si yo te comprendo -alcanzó el cenicero que ella le pasaba.
-No, no lo haces. Yo te quiero, te quiero tanto, y demasiado -se agarraba al marco mientras le miraba. Lo tocaba como si fuese de terciopelo. Subía y bajaba recorriéndolo con los brazos y flexionando suavemente sus rodillas juntas.
-Deja de hacer el tonto y cierra la puerta, tengo la sensación de que va a entrar alguien y va a verme en pelotas. Por cierto, esta noche llegarán unos amigos de fuera asique prepárame el maletín y mete unas cuantas cervezas, todas las que quepan, el resto ya sabes. Seguramente esté fuera un par de días -expulsó el humo rascándose la nuez, con mucho estilo por lo visto- Mejor prepárame una mochila aparte y métemelas ahí, todas las que quepan, pero no la revientes.
-¿Pero y tu trabajo?.
-Joder, ¿no acabas de decir que no quieres que vaya a trabajar? -su tono aumentó lo menos dos cuartos pero lo decía sólo por irritarla un poco- Pues ya ves.
-Lo que no quiero es que me dejes. Por favor ¿por qué no invitas a tus amigos a casa?, lo pasaremos bien, haré cena, por favor, te quiero tanto...-apoyaba la cara contra el marco y parte de su mirada fija no la veía.
-¿Para qué?¿para que te vean a ti?, seguro que les incomodarías con tanta educación y pulcritud, les provocarías el vómito en los entremeses. Además, es otro trabajo.
-Pero Mike, si yo te quiero, por qué...
-¡Joder!, vete a tomar por culo como sigas diciéndome chorradas. ¡Tu haz lo que te digo y cállate!, no pasa nada.
Ella se echó a llorar sin hacer suido. Le entró el hipo.
El se levantó del wáter y vertió el contenido del cenicero en el agua de su agua, tiró de la cadena y se acercó a ella.
-Yo también te quiero -dijo.
-¿De veras? -se le antojó cuando le miraba que al tirar de la cadena había accionado otra cisterna, no la que provocaba que se esfumase la mierda que salía de su culo, sino la que salía de su boca.
-Prepárame eso.

Pasaron dos días. Ella ya había destrozado los cojines, las almohadas y el juego de mesa de porcelana, aquel que le regalaron por su boda y que tenía una pieza menos porque su marido se la lanzó un día y se rompió.
Pasaron dos días más y se tomó todo el botiquín de encima de la nevera, desde el Amoxiplus de 5 miligramos hasta el Zitromax de 1000. "Qué exageración" habría dicho él.
Tres semanas después despertó en una habitación de hospital. Sola y débil. La boca le sabía a hígado. Tenía un cable transparente incrustado en la nariz y otro clavado en la muñeca. Unas ojeras como cráteres.
-Ah¡, por fin despierta. ¿Cómo se encuentra?.
El médico pasaba a hacer el reconocimiento diario. Para dar parte si se producía algún cambio en sus constantes, nada serio.
Le empezó a hablar de hipertensión, apoplejías, infartos, déficit vitamínico, dietas, nutrición, sístoles y diástoles, batas blancas de la talla media, inyecciones, urinarios, lavados de estómago, coágulos negruzcos, palanganas, enfermeras y fregonas. Su paciente no se enteró de mucho, estaba atontada.
-¿Donde está mi marido? -preguntó con voz ronca. Luego intentó levantar el brazo para tocar al médico. A ver si no iba a ser este un muñeco...
-Su marido...
El médico tardó más de media hora en explicar aquel suceso en el que unos borrachos habían estrellado su avioneta en el mar a pocas millas al oeste de Francia y en el que se habían encontrado unos paquetes de tal y cual.
De la información que le dio el médico, a ella sólo le importó una cosa.
Reclinó la cabeza hacia un lado para que sus cuencas se desbordasen y pensó: "te quiero".
"No me digas chorradas", habría dicho él.

lunes, 26 de abril de 2010

cOnFeReNcIa

"Tengo la sensación de que en estas conferencias siempre dicen lo mismo: significación del espacio, percepción del confort, relación del habitar...esto debe ser filosofía"
-Silencio por favor -la mujer que había delante se giró para avisarle.
"Pero que dice esta, ¿acaso no está de acuerdo?, será pedante".
El hombre estaba totalmente aburrido, pasaba monumentalmente de la conferencia así que sacó el cuaderno y empezó a escribir.
"Seguro que esta gente piensa que estoy tomando nota".
Después de cada punto levantaba la mirada colocando su mano cerrada por debajo de la naríz, mirando a la pantalla, cabeza hacia abajo mas los ojos altos y un poco cerrados, intensificando comprensión. De esta forma daba total impresión de que estaba metido en la charla y que le era de su agrado cuando lo que hacía era pensar lo siguiente que escribiría.
"Ingenuos" y eso mismo, lo escribió.
Llegó el momento en que la conferencia pareció volverse interesante, cierto.
Una chica de la fila de al lado le miró y sonrió y él asintió con la cabeza. Seguía escribiendo mas decaía su entusiasmo porque parecía volverse aquello realmente interesante.
-Aquí coloqué un sofá porque la percepción del espacio lo pedía, esto es, así justificaba una intervención que mejorase el significado de su confort, de esta manera la relación del habitat se hace más propicia -dijo la hablante.
"La van a dar. Ya está con lo mismo. La van a dar. Todos estos señores y señoras tienen el ego en la quinta galaxia".
-Usted -dijo una voz en bajo- ¿quiere cerrar su bocaza? -la voz provenía de la fila izquierda.
"Pero este tio que dice, de que va, es que no puedo pensar lo que quiera o que pasa aqui"
-Cállese de una vez -dijo la señora de delante.
-Oh¡, disculpeme señora -le dijo con tono refinado- pero me va usted a comer algo como no me deje en paz ¿entiende?.
La señora se giró hacia delante. La vista de su espalda, firme y rígida, avergonzada, le daba la apariencia de una efigie petrificada.
"Si uno toca los cojones que se atenga. Si quiere olerle el culo a esa pedante que lo haga, a mi me resbala, pero que no me toque...".
-...configuración aproximada no es arquitectura moderna -seguía la hablante.
El ya tenía página y media llena de palabras. La gente a su alrededor, muchos, ahora sacaban sus cuadernos y también escribían algo, tomaban apuntes. De vez en cuando le miraban. El hacía pausas a mitad de frases, miraba con ojos intensos la pantalla y a la hablante, cruzaba las piernas y las descruzaba.
"Si luego alguien es capáz de hacerme un resumen de lo que aquí se ha dicho le pagaré una cerveza y un "lanche""
Algunos empezaban a irse de la sala: primero uno se levantaba y se iba, entonces otros dos, como si el primero hubiese desbloqueado una salida atascada, parecían comprender la posibilidad de largarse y lo hacían. Luego otro más. Y otros dos. En cinco minutos la sala quedó medio vacía.
El tenía ganas también de irse a mitad de la conferencia.
"Si dijese algo interesante, esto luego no sirve para mucho, realmente una pérdida de tiempo. Bonitas cosas de mierda si -un repentino estornudo le sacudió y provoco una gran llamada de atención. Asintió haciendo ver que nadie había muerto- bonitas, te habrán pagado bien por esa mierda, haha".
-Perdón caballero, por respeto, cállese por favor.
Esto ya fué demasiado y le soliviantó haciéndole levantarse por resorte, miró fijamente al hombre y le señaló con el dedo. Antes de decirle nada ya estaba perplejo.
-Disculpe usted señor, pero deje de llamarme la atención para increparme por pensar cosas, si le molesta se jode y no hay más que hablar, que yo no tengo la culpa -ahora si hablaba en alto y bastante alto, toda la sala observaba, unos con curiosidad y otros ofendidos, la hablante se quedó en una "dimensión arquitectónica de silencio"- estoy hasta los huevos de que me escuchen lo que no digo. ¡Callese usted! -dos veces se lo dijo y apuntándole con el dedo.
-Señor...
-Y por cierto -no había acabado- estas presentaciones son un absurdo coñazo, se lo digo a usted concretamente -señalando a la coordinadora.
Se levantó y se fue de al sala con la sensación de que el día había sido productivo.

sábado, 24 de abril de 2010

rElAtO nOcTuRnO dEl ViEjO qUe LeViTa

Una de la noche, casi dos del nuevo día. Tumbado con el móvil en la panza, las piernas cruzadas y la boca seca, el ordenador abierto, la lluvia con recato pero sin cesar y el aliento agrietando los labios.
Mientras chupa el boli: hay palabras que ya no quieren decir lo que solían, por ejemplo, ahora que soy viejo deambular no es que se antoje al caminante como vagar sin destino ni motivo, y abstraído, ahora que soy viejo deambulo a medio metro del suelo, todos los días sin falta, unos más que otros.

Me muevo sin caminar, desde la perspectiva de un fantasma, sin verme. Camino pero no por caminar, perdón, que no camino, voy volando, más bien levitando, sólo medio metro.
Para aclarar un poco, me dirijo a las afueras pero antes deambulo en perspectiva y observo todos los rincones de las calles: rincón obscuro, rincón sin alicatar, rincón abierto...
Tanto deambulo en mi camino a las afueras que muchas veces me entran ganas de mear y declino mi misión por ese día. Entonces, como con un chasquido de dedos, vuelvo a mi casa y me sonrío y antes de volver al punto exacto donde me encontraba (si es que me apetece), me miro en el espejo con un ojo más abierto que el otro y empujo una ceja hacia arriba y la mandíbula con el labio superior hacia abajo, muestro mis dientes, y de esta forma me disipo y reafirmo mi hombría y mi encanto, que aún conservo, aunque soy viejo, y me doy confianza para salir otra vez, saludando a mi inquilino si está en casa (a veces me acompaña la presencia de un pequeño hombrecito de unos doce años, que recorre los pasillos y las habitaciones de la casa, recordándome cosas, deambulando y comiendo maíz con miel).
A veces, sé que es estúpido, pero creo que ese chiquillo fui yo y me infunde respeto. Me turbo y ¡chas!, aparezco exactamente en la acera del barrio tal mirando una esquina de la que brota un charco, un mini riachuelo diría mejor o un pequeño arroyo, como quiera.
El caso es que al parecer nunca termino de dar vueltas, ora aquí en un parque, en la calle principal o en el garaje de cualquier edificio, ora allá metido en el mar pero sin mojarme, sobre un dique de cubitos de hormigón o frente al niño de mi casa (porque debe ser mía, pues tengo yo la llave, mas no preciso usarla nunca), y aunque sepa que me espera un destino a las afuera, aunque sé que de ahí en adelante todo será nuevo y probablemente mejor, no llego a controlarme (parece ser) del todo, levitando. Si que ocurre que cuando me invade una necesidad humana me transporto al instante a donde quiero pero, claro que bien sabido es que aparezco en sitios que ya he visto y que conozco.

El otro día me colé en el estudio de una señora a la que seguía por la calle, pues llamaba mi atención de forma atractiva y pude verla en su intimidad en el momento en que se cambiaba la ropa por un mono blanco para hacer manualidades artísticas. No soy ningún pervertido sólo buscaba distracción. Sí que es cierto que de vez en cuando me acerco a ver a la señora, o la vigilo a través de su única ventana, en un octavo piso, no me avergüenza pensarlo porque es así, me atrae esa señora sobremanera, pero vayamos al caso, dejemos de lado mis pasiones y mi poca agraciada virtud en utilizar un don para callarlas.

Mi destino está lejos, es probable, seguramente no esté simplemente fuera de esta ciudad y puede suceder que tenga que cruzar otras ciudades antes, pero he de llegar a esas "afueras" porque mi corazón late muy rápido y yo parado me siento temblar incluso, cuando mi destino se me pasa por la cabeza. Dando vueltas mientras tanto, una y otra vez, de nuevo vigilo los pasos cuando esta señora va a por cerillas a la tienda de enfrente (para pensar en otra cosa, nada más), la miro meterse en su portal (creo que ella me mira también), y me apetece quitarme los zapatos, porque a pesar de que no camino, en ese instante en que desaparece de mi vista, empiezan a dolerme los pies. Entonces me reprocho a mí mismo ¿qué estoy haciendo? ¿cuál es mi propósito?. Céntrate viejo
De esta situación que se repite a mi pesar en contadas ocasiones, viene me a suscitarse una necesidad por reflexionar sobre mi objetivo: que he de llegar a las afueras , de eso estoy seguro pero, ahora en mi interior fluye sin control una necesidad de calor humano, concreto, calor femenino que es tan evidente como que se escapa a mi disciplina. Ahora que lo pienso me sorprendo en un cruce entre dos necesidades: una mental que me pide la cordura que voy perdiendo cada día, que me augura el descanso perpetuo y la dedicación por completo a mis intereses celestiales (por llamarlos de alguna manera), y otra, principalmente física e irracional que entrometiéndose en mi quehacer cotidiano sin clara razón de ser me provoca un vacío aquí, aquí mismo, que doblega mi voluntad y me hace sentir un loco, y que por ende me hace dudar de todo lo visto y sentido hasta ahora.

En menudo lío me he metido, pero yo, que soy viejo, ya lo soy si, he tenido oportunidad de comparar resultados entre decisiones de cabeza y de corazón y, sinceramente, creo que la cabeza pesa más que el corazón porque en ella se producen movimientos de gran variedad que provocan sensaciones a partir, muchas veces, de nuevos efectos. El corazón en cambio, se agita embrutecido cuando sufre de un antojo y es difícil pararlo en intenciones. Esta experiencia mía me dice entonces que renueve mi afán por salir de aquí y de encontrarme con mi destino y con lo que no conozco. Por el momento puedo dejar aparte mi altercado vital en el terreno de las relaciones. Pienso que siempre tengo tiempo, corrijo, tendré. Así que sigo deambulando.

Sólo una cosa ha cambiado últimamente: sigo vagando, sí, y sigo también con un rumbo fijo aunque no visible, pero en mi tránsito diario, mientras deambulo, no me fijo tanto como antes, no. Observo todo lo que acontece a medida que paseo, veo el movimiento de las gentes y las oigo hablar, también a los árboles estremecerse y esas cosas. Esto como antes, igual que de costumbre, mas en algunas ocasiones me quedo fruncido observando y escuchando con la mente en blanco, esto hace que mi constante movimiento se detenga y que sienta perturbación dentro mío. Miro en todas direcciones y me pregunto si no estaré de alguna forma, maldito. Detengo un curso que venía a ser la razón de mi existencia durante tanto tiempo: me imagino un campo verde a las afueras (pero antes de seguir me siento), a un lado se alza una montaña, sin árboles, toda verde y con una gran roca blanca que corona su cúspide y de seguro da sombra a algunos bichos. Al otro lado hay un lago que no es un lago, si no que es un río que llega y no avanza más, ha sido desbordado por descontrol y ahora es una gran piscina natural. Alrededor del lago hay arena fina y luego hierba y también se levantan frondosos árboles bien separados entre sí. Todo sería precioso si no fuese porque hay un defecto que lo afea. En medio de ambos paisajes hay una choza de mala muerte hecha con árboles húmedos y chirriantes con una ventana blanca del polvo. A través de ella se ve agitarse una sábana blanca o un vestido gigante porque el cristal está roto. Aunque me siento más inclinado a darme un baño desnudo en el lago o a tumbarme, desnudo, en lo alto de la montaña para contemplar el sol, cierto influjo ineludible y familiar me tienta a acercarme a la choza, siento algún tipo de morbo en aquella caseta que parece a punto de derrumbarse y en lo que pueda esconder. Yo, aunque soy viejo, conservo la curiosidad de antaño y mi madurez me permite presentir peligros y callar temores a la vez sin siquiera parpadear, así que no me preocupo ni me dejo achantar por mi imaginación. Cuando me acerco lentamente a la cabaña un trozo de cristal de la ventana se desprende y se rompe en cachitos, por supuesto que este hecho me altera unos segundos, pero nada más. Alcanzo el pomo de la puerta, no me sorprende que esté abierta porque esta parece una zona muy tranquila, y la abro sin más. Allí está ella, en el umbral, de blanco, apenas nos separan al uno del otro los centímetros del marco de la puerta. Parece como si llevase esperando una eternidad a que yo abriera. Tiene las pupilas grisáceas y el pelo enredado y sucio, fosco, además su piel tiene poco color y sus mejillas brillan azuladas, como si estuviese congelada. Levanto la mano para acariciar su cara y tocarla pero expulsa un agudo y silencioso chillido, se vuelve y corre por el pasillo para encerrarse en una habitación de la casa (el servicio supongo). Empiezo a sentirme mal, cansado, no físicamente, solo que estoy como fuera de lugar, me alejo y camino por el prado como si nada hubiese ocurrido, y siento que comienzo a levitar (si, antes caminaba) pues en mi mente caminaba y ahora no y aunque floto intento moverme más y más rápido empezando a mover las piernas con fuerza, mas sólo pataleo. El desplazamiento es igual de lento. Entonces me doy cuenta de que mi imaginación ha ido demasiado lejos, sin mi permiso.

Creía un asunto zanjado en mi interior y ahora ocurre todo lo contrario, ni yo mismo sé lo que quiero, ni lo que pienso, y eso que hasta hace poco me jactaba de haberme conseguido dominar, de mantener firme mi conciencia. Ingenuo de mí. No es así. Estoy perdido. Me dirijo a casa. Cuando llego el niño está en la cocina comiendo maíz con miel sin plato ni vaso ni nada, cayendo maíz al suelo y sin preocuparse en no pisarlo, tiene manchas de miel en la camiseta y parece que tampoco le importa, y no me extraña en absoluto. Le acaricio el pelo y, sinceramente, haciéndome mostrar mi pesadumbre ante él mediante todo lujo de suspiros y mechachis, le cuento la historia, “la visión”. El chico me mira con sus ojos de niño y en ellos refleja la imagen de un viejo hombre, encorvado y macilento. Me mira con cierta lástima y de vez en cuando se ríe dulcemente, me ha dicho que: <<“todo cambia”, que si hoy rezas por el día, mañana lo harás por la noche y que más me vale no desear nada en este mundo pues, sí, existen sensaciones ilusorias acerca de destinos y deseos, que nos hacen presentirlos cerca (cuando no es así), pero en lo que te diriges a ellos se vuelven borrosos, se difuminan como una línea de tiza cuando pasas un dedo y te pierdes por mil caminos antes de alcanzarlos. Cuando te das cuenta te encuentras persiguiendo sombras mientras levitas deambulando a ninguna parte y todas las creencias que fuiste adquiriendo o los conocimientos que aprendiste se vuelven erróneos. Así, cuando creías que esta palabra significaba bien, lo cierto es que quería decir mal>>. El chico se marcha y se encierra en su habitación. Creo que dice la verdad el chico, mi compañero en la casa, dice la verdad, y con qué razón, pues aunque soy viejo, sé reconocer las cosas bien dichas, y me sorprende proviniendo de una cabeza tan joven, mas lo admito.

Ahora salgo de casa y bajo uno a uno los escalones que me conducen hasta la calle. Mi objetivo es irme a las afueras, o quizás casarme con aquella señora, no lo sé. Seguramente una u otra tengan tanto de correcta elección como de precipitada. La cuestión es que he pasado mucho rato en la convicción de que seguía una dirección correcta, y lo que más he hecho ha sido dudar. Me parece cómico y triste. Por el momento hoy ya no quiero deambular, me quedaré quieto. Creo que me voy a desplomar, no sé por qué, aquí mismo, en la acera junto al asfalto, no sé por qué, pero ya soy muy muy viejo.

jueves, 15 de abril de 2010

15/04/2010

"Rompo todos los obstáculos". (Honore de Balzac)
"Todos los obstáculos me rompen". Franz Kafka